Simplemente Sandro

Obviar la muerte de Sandro por no tratarse de un hecho que involucre al deporte sería de una gran brutalidad. Es que cuando una vida tan popular se apaga, la sensación de vacío es inevitable.
Roberto Sánchez superó todos los límites imaginados con una voz quebradiza y una pélvis indomable. Supo cantarle a la vida aún a media máquina y con asistencia respiratoria. Quiso en el peor momento dejar un legado para su gente.
Fumaba como un chino y cantaba como un ángel; su figura atraía como un imán a mujeres de todas la edades y a algunos hombres, porque no decirlo. Se apagó de a poco con dignidad y con ganas de pelearle a una masiva infección que lo terminó matando después del doble transplante.
Nunca tuvo un alto grado de exposición, pero dió religiosamente un saludo a las aficionadas que cada 19 de agosto le festejaban el cumpleaños en la casona de Banfield.
No tuvo una gran vinculación con el fútbol aunque una de las últimas cosas que pudo hacer con lucidez fue mirarlo por televisión.
Con esta pérdida surge la necesidad de razonar sobre el valor que le damos a los ídolos populares y la cantidad de veces que en nombre de lo mundano los usamos hasta la última gota. Valorando el legado artístico un país crece y paga su deuda con la memoria
Hasta pronto y gracias por tu magia. El pueblo argentino perdió un poco de felicidad con tu partida. El cielo de los elegidos te espera con los brazos abiertos.